En el Ecuador, las dos últimas décadas se han caracterizado por el desarrollo de las corrientes conservacionistas del entorno y en general de la naturaleza, tanto en los aspectos bióticos (flora y fauna, físicos agua, suelo, aire, paisaje), socioeconómicos y antropológicos. Esta conducta de los ecuatorianos ha ido creciendo día a día, hasta convertirse en una premisa para el desarrollo de cualesquiera de las actividades económicas, productivas. Este crecimiento se destaca principalmente en el establecimiento de Leyes, Reglamentos y demás normas ambientales; también se evidencia en la creación sin ningún control del Estado, de mas de cien ONGs defensoras del medio ambiente.
La inmensa mayoría de estas ONGs, pese a que en sus principios de formación manifiestan no tener fines de lucro, en la realidad, salvo honrosas excepciones, persiguen un beneficio económico camuflado de muchas formas viajes al exterior, viáticos, financiamiento de eventos, movilizaciones, etc. La supervivencia de estos grupos depende de la mayor o menor beligerancia en la oposición a tal o cual proyecto de desarrollo, sea privado o estatal, enarbolando la bandera de la conservación de la naturaleza, como un estribillo, sin el respaldo de argumentos técnicos y científicos que conduzcan a proponer alternativas de desarrollo,, en un país que atraviesa por una profunda crisis económica, con una pobreza nunca antes experimentada; en donde generar plazas de trabajo ya no solo es una prioridad, sino una cuestión de supervivencia.
Sería absurdo pensar que los ecuatorianos, de cualquier condición social o económica, seamos contrarios a mantener el aire, el agua y el suelo sin contaminación; así como a proteger nuestra biota, paisajes y cultura. No, todos sin excepción estamos a favor de proteger estos recursos, ya que sabemos que de ellos dependen nuestras vidas y que corresponden a las futuras generaciones; sin embargo, no debemos olvidar que el principal elemento de la naturaleza a proteger es el ser humano, al que parece que estamos olvidandolo lo que es peor, condenando a su extinción por medio del hambre, la delincuencia y la degradación social, por el afloramiento del instinto de supervivencia como producto de la extrema pobreza.
La defensa del medio ambiente debe plantearse desde un marco de concertación, con la participación de todos los que tengan que decir o hacer algo al respecto, pero sustituyendo la beligerancia y el caos, por el análisis serio de los impactos positivos y negativos de los proyectos, utilizando las herramientas técnicas, científicas, políticas y sociales, para proteger el medio ambiente, sin negar al Ecuador la oportunidad de un desarrollo sustentable y sostenido que permita mejorar nuestra calidad de vida. Esta propuesta no es una autopía, ya que en otras latitudes se ha demostrado suficientemente que si es posible la armonía entre el desarrollo y medio ambiente. Esta participación solo depende de nosotros, mediante el cambio de actitudes, pasando de ser simples espectadores de lo que ocurre a nuestro alrededor, a ser protagonistas de nuestro destino, pasando a ser parte de la solución y no del problema. No permitamos nunca más que otros decidan por nosotros.
La inmensa mayoría de estas ONGs, pese a que en sus principios de formación manifiestan no tener fines de lucro, en la realidad, salvo honrosas excepciones, persiguen un beneficio económico camuflado de muchas formas viajes al exterior, viáticos, financiamiento de eventos, movilizaciones, etc. La supervivencia de estos grupos depende de la mayor o menor beligerancia en la oposición a tal o cual proyecto de desarrollo, sea privado o estatal, enarbolando la bandera de la conservación de la naturaleza, como un estribillo, sin el respaldo de argumentos técnicos y científicos que conduzcan a proponer alternativas de desarrollo,, en un país que atraviesa por una profunda crisis económica, con una pobreza nunca antes experimentada; en donde generar plazas de trabajo ya no solo es una prioridad, sino una cuestión de supervivencia.
Sería absurdo pensar que los ecuatorianos, de cualquier condición social o económica, seamos contrarios a mantener el aire, el agua y el suelo sin contaminación; así como a proteger nuestra biota, paisajes y cultura. No, todos sin excepción estamos a favor de proteger estos recursos, ya que sabemos que de ellos dependen nuestras vidas y que corresponden a las futuras generaciones; sin embargo, no debemos olvidar que el principal elemento de la naturaleza a proteger es el ser humano, al que parece que estamos olvidandolo lo que es peor, condenando a su extinción por medio del hambre, la delincuencia y la degradación social, por el afloramiento del instinto de supervivencia como producto de la extrema pobreza.
La defensa del medio ambiente debe plantearse desde un marco de concertación, con la participación de todos los que tengan que decir o hacer algo al respecto, pero sustituyendo la beligerancia y el caos, por el análisis serio de los impactos positivos y negativos de los proyectos, utilizando las herramientas técnicas, científicas, políticas y sociales, para proteger el medio ambiente, sin negar al Ecuador la oportunidad de un desarrollo sustentable y sostenido que permita mejorar nuestra calidad de vida. Esta propuesta no es una autopía, ya que en otras latitudes se ha demostrado suficientemente que si es posible la armonía entre el desarrollo y medio ambiente. Esta participación solo depende de nosotros, mediante el cambio de actitudes, pasando de ser simples espectadores de lo que ocurre a nuestro alrededor, a ser protagonistas de nuestro destino, pasando a ser parte de la solución y no del problema. No permitamos nunca más que otros decidan por nosotros.